domingo, 22 de febrero de 2015

Carnaval, bye, bye.




Las fiestas, cada una por motivos diferentes, me agotan. Salirse de la rutina es gratificante, sí claro, cuando puedes hacer lo que te viene en gana. Pensando en todas ellas (las fiestas), la más extenuante es Carnaval. Eso de tener la posibilidad de ser yo misma me resulta muy tentador y a la vez problemático pues llegado el momento no tengo muy claro a cual de mis personajes alumbrar. Todos pugnan por salir de fiesta y no sé a cual ceder la prioridad para que aproveche el despendole. Cuando era más joven no tenía tantas obligaciones la cosa no era tan complicada: cada día dejaba salir a uno  y lo vestía adecuadamente para lanzarlo a la calle y allá él con las consecuencias. Recuerdo un año en que provocando al destino salí toda de negro. Regresando al hogar, ya en el barrio, vino corriendo hacia mi ladrando como un poseso. Fue la primera vez que pensé que  un amigo te puede devorar. Él, sin embargo, es probable que pensara que simplemente perseguía una (futura) sombra. Pero mientras le gritaba "Yaqui, tranquilo, soy yo" estaba convencida de que aquella bestia que pesaba el doble que mi sosias me iba a dejar como un colador en la soledad más absoluta de la noche y que me encontrarían al día siguiente, demasiado tarde. El animal se paró en seco a dos metros. Me oliomiró y dijo guau, lo que interpreté como ¡ya te vale tía! y se marchó por donde había venido balanceando sus peludos kilos. Para desquitarme del susto, la noche siguiente, con el cubre de la mesa camilla por vestido y medio quilo de melancolía en la mirada dejé que se aireara unas horas la Sissi que llevo dentro. Los extremos se tocan, me temo. Así que para rematar la trilogía, el último día de festejos, a porta gayola esperé a ver quién aparecía por la puerta de toriles. Fue Ella, la tanguera. Subida en tacones de vértigo, con falda abierta por los laterales casi hasta las caderas, jersey de rayas horizontales blancas y rojas y un pañuelo de lunares apretándole el cuello se puso seria y soltando una bocanada de humo dijo "Aquí estoy yo". Pasó por delante de mis narices contoneando el trasero, dejándome boquiabierta preguntándome si a este lo conocía yo. Tres personajes aparentemente distintos que parecían salidos de una peli del gran Fassbinder.

Con el tiempo me di cuenta de que, me ponga lo que me ponga, el final siempre es el mismo.


viernes, 13 de febrero de 2015

Cóctel Ina.



Ingredientes:  Gaseosa Revoltosa + Dopamina + Feniletilamina

Mezclar, no agitar.

Adornar con un beso tatuado en el borde de la copa.


¿Tomamos uno y jugamos a derretirnos?


Nota: Las palabras o frases en azul, en los textos de las entradas, son siempre enlaces.


viernes, 6 de febrero de 2015

Dos en uno.




Hoy me ha tocado ducha total. Otros aprovechan esta oportunidad para tirar por el desagüe amores descarnados, yo tiro por ahí las malas noticias que se acumulan en mi cerebro a lo largo de la semana. Es el día de limpieza general: champú a la quinina, gel de amapolas ¡ostras, no queda suficiente! pues lo mezclo con el de rosas que se han empeñado en traerme a toda costa los reyes. Gel íntimo neutro ¡menos mal! Los pensamientos se van empapando de espuma rosada y hasta creo en eso de que todo el mundo es bueno, incluso demostrando  lo contrario. Me seco a golpecitos con la toalla en un acto de falso amor propio. Leche de almendras y avena para desacartonarme la piel, nunca he creído esa mentira de que los potingues te devuelven a la infancia. Y por supuesto la crema facial, que me deja un aroma a cítrico que a veces pienso que es la responsable de mi personalidad tan ácida. Unas vaporizaciones de Eau dynamisante y ¡Toma ya, soy otra persona! Hay gente que sólo se fija en las apariencias. Personalmente procuro meterme más adentro, con todos los riesgos que eso conlleva, para no caer en su mismo error. Pero nunca ninguna conclusión es definitiva así que dejo esta reflexión flotando en el aire que da un toque masculino al juntarse con el frescor ice blue del desodorante. 

Se ha hecho tarde. Me pongo cualquier cosa para bajar a por el pan antes de quedarme sin el componente principal para cualquier bocadillo que se precie. A mi regreso me cruzo en el ascensor a la vecina del quinto que sale protegida por su abrigo de piel, su pelo de peluquería y su  m a r i d i t o. Me mira de arriba abajo. Le leo el pensamiento. El mío es más hermético, ha quedado escondido detrás de una sonrisa y un buenos días huérfano.  Me toca tragarme los restos de su caro perfume, mal elegido, que ha dejado de ambientador en el habitáculo. Catorce pisos sin respirar. Entro en casa abrumada.  El olor a café se resiste a abandonar el hogar y empiezo a experimentar una especie de psicodelia olfativa que tumbaría patrás al mismísimo Grenouille.

Pensaba que la colada despejaría mis ideas como a los actores cuando salen tan frescos del jacuzzi y me contagian el espejismo de que la vida es confortable, benevolente y bella pero, no sé por qué, estoy más confundida que antes de entrar en el cuarto de baño.