Las fiestas, cada una por motivos diferentes, me agotan. Salirse de la rutina es gratificante, sí claro, cuando puedes hacer lo que te viene en gana. Pensando en todas ellas (las fiestas), la más extenuante es Carnaval. Eso de tener la posibilidad de ser yo misma me resulta muy tentador y a la vez problemático pues llegado el momento no tengo muy claro a cual de mis personajes alumbrar. Todos pugnan por salir de fiesta y no sé a cual ceder la prioridad para que aproveche el despendole. Cuando era más joven no tenía tantas obligaciones la cosa no era tan complicada: cada día dejaba salir a uno y lo vestía adecuadamente para lanzarlo a la calle y allá él con las consecuencias. Recuerdo un año en que provocando al destino salí toda de negro. Regresando al hogar, ya en el barrio, vino corriendo hacia mi ladrando como un poseso. Fue la primera vez que pensé que un amigo te puede devorar. Él, sin embargo, es probable que pensara que simplemente perseguía una (futura) sombra. Pero mientras le gritaba "Yaqui, tranquilo, soy yo" estaba convencida de que aquella bestia que pesaba el doble que mi sosias me iba a dejar como un colador en la soledad más absoluta de la noche y que me encontrarían al día siguiente, demasiado tarde. El animal se paró en seco a dos metros. Me oliomiró y dijo guau, lo que interpreté como ¡ya te vale tía! y se marchó por donde había venido balanceando sus peludos kilos. Para desquitarme del susto, la noche siguiente, con el cubre de la mesa camilla por vestido y medio quilo de melancolía en la mirada dejé que se aireara unas horas la Sissi que llevo dentro. Los extremos se tocan, me temo. Así que para rematar la trilogía, el último día de festejos, a porta gayola esperé a ver quién aparecía por la puerta de toriles. Fue Ella, la tanguera. Subida en tacones de vértigo, con falda abierta por los laterales casi hasta las caderas, jersey de rayas horizontales blancas y rojas y un pañuelo de lunares apretándole el cuello se puso seria y soltando una bocanada de humo dijo "Aquí estoy yo". Pasó por delante de mis narices contoneando el trasero, dejándome boquiabierta preguntándome si a este lo conocía yo. Tres personajes aparentemente distintos que parecían salidos de una peli del gran Fassbinder.
Con el tiempo me di cuenta de que, me ponga lo que me ponga, el final siempre es el mismo.