viernes, 1 de julio de 2016

Música con Z.


Toni Zenet

No me preguntes cómo sucedió. Sólo recuerdo que estaba sentada entre el público y de repente me vi en medio del escenario bailando como si no hubiera hecho otra cosa en toda mi vida con tal de llegar hasta aquella voz que me atraía como un imán. De vez en cuando, una especie de bailarín intentaba arrebatarme protagonismo. Yo me escurría como una anguila desesperada por morder el anzuelo. Sentía que aquella atracción me arrancaba el alma succionando lo mejor que habitaba en mi. Cada vez que lograba acercarme a aquel imán perfecto, el tipo  me estiraba de un brazo y vuelta a empezar. No sabía si su misión consistía en devolverme a la realidad o pretendía alejarme de la caída inminente en la tentación. Fuera por lo que fuera, estaba equivocado: mi deseo no tenía forma ni pretensión concreta. El desvarío estaba provocado por un silenciado beso (<i>de esos que valen por toda la química de la farmacia</i>) dormido en un rincón de mi cabeza, que inútilmente intentaba despertar seducido por aquellas melodías envolventes. La alucinación duró hora y media. Los aplausos sonaron hasta romperse las manos y la que despertó fui yo. Las luces se encendieron. El trombón, la trompeta, la guitarra española y la voz que me había trastornado saludaban a los asistentes al concierto. En la butaca número seis de la fila diecisiete procedí a guardar la cámara en el bolso con la sensación de que se animaba mi segundo chacra, mientras el resto del mundo se ponía de pie.