Relato XII
Mytilus galloprovincialis
El lugar convenido para la cita fue la puerta del Restaurante, y la única señal para reconocerse sería la de mirarse a los ojos...
Apenas distinguió su perfil desde el otro lado del paso de cebra Ana lo reconoció. Su porte elegante no pasaba desapercibido fácilmente, ni siquiera vestido de aquella manera informal. Buscó desde la distancia sus manos pulcras, bien cuidadas, con las uñas recortadísimas como a ella le gustaba, y éstas se pusieron en marcha por las curvas más pronunciadas de su imaginación. Pocas cosas la excitaban tanto como aquellos encuentros extraordinarios para los que se preparaba en cuerpo y alma, durante días, practicando una especie de Tai chi mental.
Se observaron de frente, tomando las medidas preliminares, c o n e c t a d o s por el escaso espacio que los separaba.
-Hola guapa -cantó Él como si se conociesen de toda la vida, rompiendo un hielo inexistente.
-Hola -contestó segura de sí misma, con una sonrisa que cinceló en su cara todo el poderío escondido. ¿Entramos?
La voz del “maitre”, vestido con una pajarita blanca y un delantal negro que le llegaba hasta las rodillas, amablemente preguntó “¿Tenían los señores reserva?” "No" -contestaron al unísono “Entonces…tengo una mesa al fondo, detrás de la columna pero, desde allí, no se aprecia demasiado bien el espectáculo…”
-Es perfecta –aseguró Ana.
-Sí, está bien –confirmó Él.
Se encaminaron hacia el lugar señalado, esquivando las mesas ocupadas, iluminadas con velas en el centro. Ana notó el peso de los ojos de su acompañante persiguiéndola muy de cerca, paseándose inquietos desde el cuello hasta las caderas, dibujando una y otra vez el contorno de su silueta, calculando medidas de derecha a izquierda como un buen sastre. Pero a ella no le importaba y sólo se detuvo cuando ya tenía a su alcance la mesa escondida. Un soplo caliente le golpeó la nuca mientras unos dedos largos, seguros, tecleando magistralmente en el punto más débil de sus lumbares provocó un remolino en toda la cintura, advirtiéndola de su proximidad.
-¿Prefieres de espalda o de frente? -Propuso Él con tono bajísimo, casi dentro del oído, rozando apenas el borde de la oreja.
-De frente… me gusta observar a la gente. Ver su forma de comer, me dice mucho de ellos.
Tomaron asiento, uno enfrente del otro. En aquel rincón minúsculo y atrincherado hacía verdaderamente mucho calor.
-¿Esteee…qué cenarán los señores? –formuló una voz con acento argentino, tapada con una cofia que recogía unos cabellos negros cuidadosamente despeinados.
-Ensalada de aguacate, con caviar y frutos secos, Pollo con coco y Plátano frito con crema de Mango -dijo Ana recordando que, hacía mucho tiempo, había jurado no volver a comerse un plátano en público.
-
Sopa de marisco, Revuelto de gambas con Espárragos pelados a mano y de postre … Natillas con canela.
El vino se deslizaba p e r e z o s a m e n t e por sus gargantas mientras esperaban, sin prisa, que los platos calientes llegaran a la mesa...
Él, removió con cuidado la sopa y una columna delgadísima de vapor se elevó hasta su cara empañándole las gafas. Con el movimiento en espiral de la cuchara, subían a la superficie las gambas rosadas, los aritos de calamar y los mejillones, osados como siempre, exhibían su intimidad descaradamente, meciéndose boca arriba en el vaivén del espeso caldo. Ana contempló de reojo aquel espectáculo y levantó la mirada hacia su acompañante que, embelesado como un niño, jugaba a voltear suavemente los ingredientes con el filo de la cuchara esperando que alcanzasen la temperatura adecuada para empezar a comer. Ana sonrió a escondidas mientras algo se removía en su interior. Pensando en aquellos seres que nadaban en mar abierto, carentes de prejuicios, cumpliendo a rajatabla la misiva culinaria de que “todo lo que se pone en el plato se ha de poder comer”, se agitó bamboleando las caderas, recolocando las nalgas en el mullido del asiento.
Él, se había quedado
atrapado con el
bivalvo pues, cuanto más lo empujaba para hundirlo en el consomé, éste, subversivo y vehemente, emergía con frenesí pidiendo más guerra; sacó la cuchara del recipiente, el molusco parecía esperar una nueva embestida, volvió a introducir la cuchara y con un ademán seguro izó la joya que se le resistía y la introdujo en la
boca. Mientras le daba vueltas con la lengua, saboreándolo al fin, reparó en su
textura y cerró los ojos para concentrase mejor. En medio segundo, Ana se desprendió de su zapato derecho, tanteó imperceptiblemente con el pie las piernas de su compañero buscando el centro y, con una precisión maestra, dejó caer la punta del dedo con un
aleteo de mariposa en la base de la cremallera del pantalón. Él apretó los párpados dejándose llevar por una extraña oleada de
placer que no sabía muy bien dónde empezaba...
Abrió los ojos, muy despacio. Se encontró con la mirada brillante y acogedora de Ana. “No pares" –suplicó mientras ella retiraba el pie. “Shhhht… traen el segundo plato”. “No sé si aguantaré”. “¡Claro que puedes! El revuelto tiene una pinta excelente…te ayudaré con los espárragos”. “¡Será peor! Siempre te los comes con los dedos” ...."¿Prefieres comerte la carne...?" -le ofreció ella con unas gotitas de salsa de coco adheridas a los labios. "¡Prefiero comerte a tí!"-avisó arrastrando las sílabas...
Alzó la mano y la camarera acudió enseguida a la silenciosa llamada. "¿
Traiga la cuenta?" –casi rogó. "¿
No tomarán el postre?". "
No...... lo haremos en casa" -añadió sin soltar de la mano la mirada cómplice de Ana.
Este relato participa en el “I Certamen de Relatos Erótikos”. Si lo deseas, puedes concursar, o disfrutar leyendo a los participantes en: Erótikamente.