A veces es necesario cruzar los límites. Yo lo hago siempre que necesito llegar hasta tí. No hay obstáculos que me detengan, ni barreras capaces de impedirlo. De hecho, ya no existen murallas que nos separen, ni mojones que indiquen hasta aquí, ni letreros gritando no pasar... Sin embargo, resulta sumamente duro recorrer esta distancia inconmensurable, para morder el polvo dejado por tus cenizas.
Cuando yo llegue a vieja -si es que llego- y me mire al espejo y me cuente las arrugas como una delicada orografía de distendida piel. Cuando pueda contar las marcas que han dejado las lágrimas y las preocupaciones, y ya mi cuerpo responda despacio a mis deseos, cuando vea mi vida envuelta en venas azules, en profundas ojeras, y suelte blanca mi cabellera para dormirme temprano -como corresponde- cuando vengan mis nietos a sentarse sobre mis rodillas enmohecidas por el paso de muchos inviernos, sé que todavía mi corazón estará -rebelde- tictaqueando y las dudas y los anchos horizontes también saludarán mis mañanas.