viernes, 7 de septiembre de 2012

Saga.



Descartada la idea de encontrar Blue White Lago, me conformé con seguir visitando Green Lake. Uno de los motivos por los que regreso al valle, no es para intentar recuperar los sueños que perdí por el camino, sino para reencontrarme con la realidad de adulta descreída; los pueblitos son idénticos a las metrópolis sólo que a pequeña escala, y, por consiguiente, uno no puede ignorar la vida cuando la tiene a un palmo de la mirada. 
A pesar del entorno idílico... casi todo sigue igual por aquí, los neuróticos un poco más idos, y los cabales lo son cada vez menos. Este año, el censo ha dado de baja dos nombres con sus correspondientes apellidos: uno, pertenecía a un anciano responsable que se fue en pleno otoño con la cabeza bien alta, justo un día antes de que un nuevo ser viniera, con la esperanza bajo el brazo, a repoblar su ausencia. El segundo, era un hombre de esos que, por más que uno se esfuerza, no consigue decir a la viuda "Te acompaño en el sentimiento"... En una ocasión, este malvado hijo de un pueblo innombrable dejó caer en público que cuando muriese su cuñada lo celebraría por todo lo alto, ¡el muy necio! ... Lo único que se le podría reprochar a la pobre mujer es haberle cedido su casa para que él construyese la suya más grande, y más fea, en el centro del pueblo rompiendo toda estética. Se marchó muy rápido, sin disfrutar de su mansión de prejubilado ruin y prepotente.

El otro (motivo) es espiar a Saga. La mujer del nº 10 no envejece, o eso me parece. Siempre la recuerdo a su aire, incluso cuando tenía marido. Tan humana como etérea, presente pero ajena a los dimes y diretes que la rodean, se mueve por la única calle de la aldea como si lo hiciese por la quinta avenida, con la mirada puesta en escaparates vacíos. Respetada y criticada a partes iguales, unos dicen que fue artista, otros que es francesa, yo, tengo el convencimiento de que, parte de ella, se hundió en un naufragio. Se comenta que se comunica con los bichos y con las cosas. Y hasta se murmura que duerme pegadita a un sueño porque alguien, una noche, la oyó gemir. A mi me fascina toda ella, sobre todo la fortaleza con la que disimula su fragilidad. Cuando compartimos un ratito de adicción, me conmueve cruzarme con sus ojos color tormento, dos heridas largo tiempo abiertas de difícil tratamiento; intuyo  que con cada calada de cigarrillo, sin perder la sonrisa, libera un ¡qué decepción! enroscado en el humo que sale de su boca. Atraída por su magnetismo, todos los días recojo la sombra que dejan sus huellas y, cuando abandono Green Lake, por un tiempo, me siento como ... narcotizada ... y me cuesta horrores encontrar el camino de regreso a Black Ocean.


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