
Hace mucho tiempo, encontré una preciosavieja radio a los pies de un contenedor de basura, en el mismo lugar donde hallé, también, el castillo de los sueños rotos. Seguro que no dice ni mu -pensé, eso es lo de menos para una amante de las ruinas. La limpié de dentro hacia afuera, y por fuera, toda ella, hasta dejarla tan reluciente que pudiera darme el sí de pecho. La enchufé y ¡sorpresa! emitía ruidos. Con el índice y el pulgar rebuscando en el dial, escuché un tímido Ven a la 69puntoG ... Afiné un poco más. Entre interferencias y silencios, un sorprendente tiene el corazón una oficina me empujó a seguir intentándolo da clas de morb Mesa ina ... vamos a soplar la ray del amanec ... sere tu confesion, tu pomada ... Ven ... si te da la espalda la almohada... Durante una semana perseguí aquella frecuencia hasta que conseguí fijarla.
No había más emisoras, ni hacia la derecha, ni hacia la izquierda. En el centro, en la 69.G , la voz de un tipo convincente me ofrece compañía a cualquier hora. Hasta creo que me ve.
De vez en cuando se pierde la frecuencia modulada, pero enseguida la encuentro.