
Traigo un popurri mental alucinante. Este verano no me llevé el ordenador de no-vacaciones lo cual provocó una saturación de fotos en la cámara que me obligaba a descargarlas continuamente en el iPad; unas ochocientas fotos que aún no he podido seleccionar, ni editar. La intención de descansar era buena, pero Murfy no me da tregua y el mes y pico me ha cundido más de lo que deseaba. Realicé tres escapadas rápidas de ida y vuelta en el mismo día. Hablé con el cura guaperas para que me ayudase a resolver el enigma de quién será el desgraciao que todos los años se lleva el florero, con sus flores, con que honro a mis antepasados. De paso, le pregunto que por qué no piden las escrituras de las sepulturas a la hora de los enterramientos porque la de mi familia, en los últimos años, se está llenando de okupas. Me sonríe inocentemente, como quién no ha roto un plato en su vida, dejándome sin respuesta convincente. Claro, le espeto consciente de que voy a herirle en lo más hondo, les resulta más fácil y rentable apoderarse de la Mezquita de Córdoba que poner en el buen camino a sus feligreses!. Decido, por mi cuenta y riesgo, pegar sobre la lápida el nuevo jarrón y sus flores con nomásclavos, el producto revelación de este año que me sirvió para arreglar una pulsera, colocar unos percheros y colgar una cortina en el wc. Mano de santo. Eso sí que es responder eficazmente a las necesidades de uno. Otra incógnita que me traigo sin despejar es quién ha podado (más de un metro, en la base) el ciprés que planté hace seis años en la puerta del cementerio. Cuando lo llevé, pensé que no resistiría, lo mismo que el florero, y ahora que ha alcanzado casi seis metros un fantasma decide que ha llegado a la pubertad y que toca afeitarse. He plastificado un cartel pidiendo que por favor no me corten las ramas y se lo he clavado delicadamente, con dos clavos, pidiéndole perdón. Prefiero pensar que he dejado el iPod en algún rincón de la casa mientras realizaba las típicas tareas que amenizo escuchando a Sabina; malpensar que alguien se lo pudo llevar de la escalera donde paso media vida cuando estoy allí me supondría ya "lo último de lo último", que se suele decir. Aún no he deshecho la maleta. Como de costumbre, me gusta verla medio revuelta para soñar que vengo de hacer un interesante y largo recorrido por allá y por allí. Todo este trajín ha permitido que, sin enterarme, y atravesando todas las barreras construidas tenazmente a mi alrededor para evitar un posible enamoramiento, se colase en mi subconsciente un moreno, medio calvo, con flequillo que está pacomérselo. Me paso el día removiendo la lengua, como quien lleva algo entre los dientes, intentando quitármelo de dentro ya que no dispongo de tiempo ni para hacer manitas. Pero creo que se ha adherido al cielo de mi boca y lo confundo con el paladar. Sé que es difícil entender que alguien pueda hacer asquitos a un posible amor, aunque sea de verano. Y tengo que confesar que todavía no sé si es real o es imaginario porque, que yo sepa, el amor se suele pegar a otras partes del cuerpo, como los dos kilos que se han venido conmigo. Esta no es una forma demasiado elegante de regresar pero quiero dar señales de vida por si alguien me está esperando, de verdad.