(AF-S DX VR Zoom-Nikkor 55-200mm) ISO 200 f/5,6 1/640
No me gusta hablar de asuntos personales en público. Sin embargo opino que las reglas están para saltárselas sobre todo si tienes un guión que lo requiere. Allá voy. Quiero hablar de generosidad. Situémonos. La mayoría de los que leéis estas líneas habéis llegado hasta aquí de manera espontánea y eso es muy halagador porque de alguna manera, no importa el motivo, cada uno decidió quedarse por aquí, entre mis fotos y mis letras. La fidelidad es la mejor recompensa que he obtenido porque ha conseguido que, a través del tiempo y de las palabras, germinase y se acrecentase la confianza hasta alcanzar el grado de complicidad. Y un día me di cuenta de que, sin decirnos apenas nada, sabemos si el que está al otro lado sonríe o tiene el día ñoño porque le han perforado el alma. A partir de ahí dejamos de ser sólo uno más y cobramos vida a ambos lados de la ventana abierta a este mundo: un universo en el que observados desde arriba… ni se nos ve, ni se nos espera. En este punto, es justo que abra un paréntesis para quienes me acompañáis desde el pasado remoto para decir, con el corazón en la mano, que he recibido de vosotros mucho más de lo que os he dado, pues mi objetivo no era llegar a algún sitio sino dar rienda suelta a mis alucinaciones sin jueces ni censura, y aún así sois extraordinarios cómplices de mis desvaríos. A todos, mil trescientas gracias por lo menos. Sí, también me puedo equivocar. Pero no es la historia de hoy. Hoy es la historia de un desconocido que, un buen día, apareció en otra de mis vidas, en mi primera vida para ser exactos. Se dejó llevar por su naturalidad, aprendió rápido a leer entre líneas, se acomodó en esta jaima nómada y se quedó. Han pasado unos años.
Hace unos días, ese
yanodesconocido se puso en contacto conmigo. Decía que le sobraba un
objetivo Nikon 55-200, que se le había quedado ¡¡
pequeño!! y quería uno más grande. ¡Qué
tío!
Te lo dejo una temporada -insistió intentando convencerme. De acuerdo, repliqué, pero, si me lo quedo, le pones un precio porque yo ya tenía intención de comprarme uno. Cuando acusé recibo al paquete que me había enviado, me mandó un e-mail que decía
"... Me alegra infinito que te guste y que te haya valido, amiga. Ahora hablaremos del importe que es: si tienes ocasión de hacer un favor a alguien que lo necesite o de dedicar una sonrisa a alguien triste hazlo porque ese es el precio…"
Cualquier cifra se quedaría corta mas, por poner un número, te doy mil setecientas gracias,
Karras, por los mismos días de compañía más el regalo de volver a hacerme creer en el ser humano. Sobre todo por esto. Y te dedico esta primera foto
salvaje hecha en el bosque de mi hogar, la terraza: un lugar abierto a cualquier tipo de
bicho que esté dispuesto a trepar más de 50 metros para consumar un cruce de miradas diferentes.
No me gusta hablar públicamente de asuntos personales, pero aquí estamos en
petit comité.