martes, 20 de diciembre de 2011

Veintiún gramos.


(Aviso importante: Este texto puede dañar la fragilidad.)


Recuerdo perfectamente el día  que me convertí en un monstruo...
Cuando entré en la  habitación blanca... parecías un muñeco abandonado a su suerte en una cama blanca. A tu derecha, unos aparatos blancos semejaban semáforos averiados con sus constantes vitales en encéfalo plano. Te sugerí  al oído no dejarte embaucar por la luz blanca pero parecías sumido en un profundo sueño, en esa extraña calma que aporta saberse exento de decisiones y de sufrimiento. Te encontré más delgado que unas horas antes. Veintiún gramos -me espetó el pensamiento. No podía perder tiempo y te pedí perdón… por todo, y por nada. Habías elegido el blanco. Me dolió el desaire  infringido a mi círculo cromático y, en menos de un segundo,  me convertí en un un ser  oscuro re-construido  de retales en blanco y negro.
Aquel día dejé de comer todo lo considerado como carne... carne de cañón -pensaba.  Estuve a fruta durante casi dos meses. Pasaron los días, y los años. Sin embargo aquel día no pasó, permaneció enquistado en una burbuja, largo tiempo, hasta que estalló.
Urdí entonces una venganza. Restituí la carne a mi dieta: de cerdo, de pollo, de pescado. No permito que nadie limpie el pescado. Quiero hacerlo yo. Le practico una autopsia completa; lo abro de arriba abajo, y extraigo  con mis dedos las vísceras para que experimente en su pecho el vacío interior. No me olvido de  los ojos que empujo desde el interior de su  (aparentamente) frágil cabeza para que floten suspendidos de sus órbitas, incrédulo de su destino. Suelo hacerlo con objetividad  quirúrgica, seguridad en los movimientos, concentrada en el momento... pues tengo entre mis manos al responsable que anuló para siempre tu percepción visual, el mismo que me robó tu sonrisa, el que se libró de la justicia de los hombres que siempre es injusta con el ciudadano común. Pero yo me encargo de ajusticiarlo con mis propias manos tres veces por semana, para asegurarme de que acaba como y donde se merece. De rencor también se malvive. Te lo digo yo.


En homenaje a Mary Shelley.


6 comentarios:

Belén dijo...

Bueno, muchas veces el rencor se alimenta de acciones, otras de fruta...

Excelente

Besicos

karroza- dijo...

No me gusta el “rencor”, lo considero una victoria de la otra parte y me “jode” mucho perder sin ton ni son.
Bonita foto, …..¿una mariposa?
Saludos……

Sergio DS dijo...

Hay que recomponerse con las piezas del puzle y echar a volar de nuevo. El rencor es una mierda que al que más duele es a uno mismo, sería un desahogo si pudiera proyectarse contra quien o lo que lo provoca o merece, pero es imposible.
Mirar atrás ni para coger impulso.

Karras dijo...

Bueno no se muy bien que decir, ya que en ocasiones también he sido rencoroso. Aunque la verdad no por mucho tiempo (debido a mi mala memoria jajja). Pero lo que si es cierto es que el tiempo pone a cada uno en su lugar y a ti no te merece la pena perder el tuyo con alguien tan insignificante que no merece ni tu rencor. Un beso y Feliz Navidad.

virgi dijo...

Y cuando el rencor pasa a ser odio???

Besitos, Vera
(recordé la peli, que me gustó mucho)

alfonso dijo...


· El amor odio es el equilibrio. Lo otro, 21 gramos evaporados.
Y como duele!!!

· bSTs

... y Felices Días... que pronto acaban

CR & LMA
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